De esa panda de charlatanes, fanáticos, catetos y a
veces ladrones —con corbata o sin ella—, dueña de una España
estupefacta, acomplejada o cómplice. De una feria de mangantes que las
nuevas formaciones políticas no regeneran, sino alientan.
El
disparate catalán tiene como autor principal a esa clase dirigente
catalana de toda la vida, alta burguesía cuya arrogante ansia de lucro e
impunidad abrieron, de tanto forzarla, la caja de los truenos. Pero no
están solos.
Por la tapa se coló el interés de los empresarios cobardes y cómplices, así como esa demagogia oportunista, encarnada por los Rufiancitos de turno, aliada para la ocasión con el fanatismo más analfabeto, intransigente, agresivo e incontrolable con esa pinza siniestra de chantaje social y emocional facilitado por la dejación que el Estado español ha hecho de sus obligaciones —cualquier acto de legítima autoridad democrática y defensa de los valores nacionales se considera por intoxicación un acto fascista—, crece y se educa desde hace años a una sociedad joven de Cataluña, con sesgos de intolerancia visceral con efectos dramáticos e irreversibles, a corto y medio plazo.
En esa fábrica de desprecio, cuando no de odio fanático, a todo cuanto
se relaciona con la palabra España.
Pero ojo. Si esas
responsabilidades corresponden a la sociedad catalana, el resto de
España es tan culpable como ella. Lo fueron quienes, aun conscientes de
dónde estaban los más peligrosos cánceres históricos españoles,
trocearon en diecisiete porciones competencias fundamentales como la
educación y las fuerzas de seguridad del estado.
Lo es esa
izquierda insensata que ha pervertido al pueblo para que la bandera y la
palabra España parezcan propiedad exclusiva de la derecha, y lo es la
derecha que no vaciló en atribuirse como exclusivos tales símbolos en
sus turbios negocios.
Lo son los presidentes desde González a Rajoy, sin excepción, que durante tres décadas permitieron que el nacionalismo despreciara, primero, e insultara, luego, los símbolos del Estado, convirtiendo en apestados a quienes con toda legitimidad los defendían por creer en ellos.
Son culpables los ministros de Educación y los políticos que permitieron la tóxica falsedad en los libros de texto formando generaciones en el desprecio para un futuro de enfrentamiento.
Es responsable la Real Academia Española, que para no meterse en
problemas negó ayuda a los profesores, empresarios y padres de familia
que acudían a ella denunciando chantajes lingüísticos.
Es
responsable un país que permite que grupos de miserables silben a su
himno nacional y a su rey, escupan y quemen nuestra bandera que
simboliza la unidad entre todos.
Son responsables los
periodistas y tertulianos que ahora despiertan indignados tras mirar
para otro lado durante décadas, mientras a sus compañeros los llamaban
exagerados y alarmistas.
Porque no les quepa duda: culpables
somos ustedes y yo, que ahora exigimos sentido común a una sociedad
civil catalana a la que dejamos indefensa en manos de manipuladores,
sinvergüenzas y delincuentes. Una sociedad que, en buena parte, no ha
tenido otra que agachar la cabeza y permitir que sus hijos se camuflen
con el paisaje para sobrevivir.
Unos españoles desvalidos a quienes
ahora exigimos, desde lejos, la heroicidad de que se mantengan firmes,
cuando hemos permitido que los aplasten, humillen y silencien.
Por
eso, pase lo que pase, el daño es casi irreparable y el mal de la
codicia sin escrúpulos, ni principios es cancerígeno, pues todos somos
culpables. Por estúpidos, por indiferentes, por cobardes.
Ahora
borra este mensaje y condenadlo en la indigna indiferencia esperando que
otros hagan el esfuerzo por ti o pásalo a tus amigos y manifestaros en
contra del desmoronamiento moral de esta España histórica por la que
millones dieron su vida, por defender su integridad y dignidad
milenaria, de una cultura que desde fuera ha sido referencia ejemplar
mundial.
En tus manos queda.
(*) Periodista, escritor y miembro de la Real Academia de la Lengua Española
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