El fracaso del AVE entre Toledo, Cuenca y Albacete simboliza una de las rémoras eternas de nuestra gestión pública: la incapacidad de decir que no a las demandas carentes de argumentos sólidos. Tras seis meses de funcionamiento casi en vacío, los trenes AVE que unían las tres capitales sin transbordo dejaran de rodar porque solo transportan una media de nueve pasajeros al día, por lo que el coste para el erario público es de 18.000 euros diarios. Es decir: cada viajero cuesta 2.000 euros a los contribuyentes. Saldría más barato alquilar una limusina para cada uno.
Es cierto que la rentabilidad exacta de un servicio nuevo no se conoce hasta que lleva un tiempo en funcionamiento, pero hay formas de preverla. En el caso del transporte público, basta con averiguar cuántas personas están realizando aquel trayecto de otras formas: en autobús, en su propio vehículo, combinando regionales... Poner trenes (y encima, caros) en un trayecto sin demanda previa es jugar a la ruleta con el dinero del estado. Suponer que la mera existencia del servicio hará nacer sus propios usuarios es mucha presunción, especialmente cuando corredores de tráfico contrastado continúan mal atendidos: lentos, incómodos y apelotonados, por falta de inversión.
Incluso cuando el invento funciona, cabe cuestionarlo, porque lo mejor es enemigo de lo bueno. El AVE de Madrid a Barcelona no ha conseguido desbancar al avión como primer sistema de transporte entre ambas capitales. Y el volumen de viajeros, sumando todos los medios, solo ha aumentado de forma moderada. Más que generar nuevas relaciones, el AVE ha picoteado de entre las existentes. ¿Hasta qué punto se puede considerar que la nueva y tan reclamada infraestructura ha sido un revulsivo social o económico?
Cualquier demanda de un alcalde, de una diputación o de un presidente autonómico para que el estado gaste millones en una nueva conexión viaria o ferroviaria debería ir acompañada de un estudio de la máxima seriedad que avalara su aprovechamiento. No basta con decir que «somos muchos y no vamos a ser menos que cualquier otro». Una cosa es que ningún territorio quede aislado y otra que se deba ignorar sistemáticamente el factor de la demanda del mercado en beneficio de la demanda política. Trenes que viajan casi vacíos en gran parte de su trayecto y autovías casi sin tráfico en muchos de sus kilómetros equivalen a dinero tirado a la alcantarilla por no haber sabido decir que no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario